La historia argentina se encuentra atravesada por un eje permanente: la defensa de la soberanía. Desde los tiempos de José de San Martín, cuya gesta emancipadora tuvo como norte la independencia real y no meramente formal, el concepto de soberanía ha sido entendido como la capacidad de un pueblo de decidir por sí mismo, sin tutelas extranjeras ni condicionamientos impuestos por intereses ajenos. A la luz de esa tradición, resulta imprescindible analizar críticamente el rumbo que ha tomado el gobierno de Javier Milei, cuya prédica libertaria se presenta como liberación pero en la práctica abre la puerta a una pérdida de soberanía política, económica y cultural.
EL LEGADO DE SAN MARTÍN COMO PATRÓN DE MEDIDA
San Martín entendía que la independencia no podía limitarse a una declaración jurídica. Sabía que las nuevas repúblicas debían garantizar autonomía económica, control de sus recursos y capacidad militar suficiente para defender su libertad. Su proyecto no era el de colonias disfrazadas de naciones, sino el de pueblos capaces de integrarse y resistir la injerencia de las potencias. A más de dos siglos, la comparación es inevitable: mientras en el siglo XIX se luchaba contra los ejércitos imperiales, hoy la amenaza se disfraza de tratados financieros, acuerdos de inversión y condicionamientos de mercado que, en nombre de la modernización, reducen el margen de decisión soberana.
LA RETÓRICA LIBERTARIA Y SU CONTRADICCIÓN
El discurso oficialista insiste en que la libertad individual es el valor supremo. Sin embargo, la política económica que impulsa Milei no amplía la libertad colectiva, sino que la restringe. Al subordinar el rumbo nacional a organismos multilaterales, fondos de inversión y gobiernos extranjeros, se entrega la capacidad de decisión a actores que no responden al pueblo argentino. En nombre de la desregulación, se privatizan funciones estratégicas del Estado, debilitando herramientas esenciales para garantizar derechos básicos. La promesa libertaria se convierte así en un relato que encubre la dependencia creciente.
SOBERANÍA ECONÓMICA Y DESINDUSTRIALIZACIÓN
Uno de los puntos más sensibles es el económico. La apertura indiscriminada de la economía y la eliminación de protecciones a la producción local configuran un escenario de desindustrialización. Lejos de impulsar la competencia genuina, se favorece la penetración de productos extranjeros que desplazan a las pymes nacionales, con su consecuente impacto en el empleo y en la capacidad del país de producir bienes estratégicos. En términos sanmartinianos, se trata de un retroceso hacia la condición de proveedor periférico, incapaz de sostener su independencia real.
SOBERANÍA POLÍTICA Y ALINEAMIENTO EXTERNO
La política exterior, presentada como un giro pragmático hacia el mundo desarrollado, implica un alineamiento acrítico con los intereses de potencias que no necesariamente coinciden con los de la Argentina. San Martín forjó alianzas, pero siempre desde la premisa de la autonomía. Hoy, en cambio, se confunde inserción internacional con subordinación. Renunciar a la construcción de una política latinoamericana común y aceptar sin debate las condiciones de actores externos implica resignar espacios de decisión que deberían pertenecer a la Nación.
UNA LECCIÓN HISTÓRICA
El sanmartinismo enseña que la libertad exige sacrificio, planificación y construcción colectiva. No basta con proclamarla: debe sustentarse en instituciones sólidas, desarrollo económico y conciencia nacional. El riesgo actual es que, bajo la bandera del liberalismo extremo, se consolide una forma sutil pero efectiva de neocolonialismo. La historia demuestra que los pueblos que entregan su soberanía en nombre de promesas de prosperidad terminan perdiendo tanto la independencia como la dignidad.
CONCLUSIÓN
La Argentina enfrenta un dilema crucial. La retórica libertaria del gobierno de Javier Milei puede seducir a quienes buscan soluciones rápidas, pero en los hechos erosiona los cimientos de la soberanía. A diferencia de San Martín, que comprendió que la independencia no era negociable, la política actual parece dispuesta a canjearla por una ilusión de eficiencia y modernidad. La tarea de nuestro tiempo es advertir esa contradicción y defender, con la misma firmeza que nuestros próceres, la capacidad del pueblo argentino de decidir su propio destino.
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