El duelo en la infancia es un tema difícil de abordar y sobre el cual circulan muchos mitos y prácticas que generan más dolor y ansiedad. Todos recordamos perfectamente la primera muerte de un ser querido que sufrimos en la vida y si bien por lo general esto nos sucede en la infancia, los detalles del suceso suelen quedarnos bien grabados en la memoria.
En mi caso, fue la muerte de mi abuelo materno cuando yo tenía 5 años. Mi tía, me dijo que estaba tan viejito que los doctores habían decidido dormirlo con remedios para que ya no sufriera y dejarlo en un lugar especial, al que yo no podría ir a verlo. Recuerdo también mi desesperación por entender semejante decisión de los médicos o dónde exactamente iba a estar, cómo lo iban a alimentar o saber si sentía frío o dolor si estaba dormido todo el tiempo, y sobre todo claro, si era posible que volviera a despertar. También recuerdo el dolor pero en cierta forma el alivio de cuando mi madre me explicó que realmente había muerto.
Cuarenta años más tarde falleció mi tía. Y con mi hija Mila, de 3 años en ese entonces, apliqué una táctica bien distinta. Con tranquilidad y aplomo, le expliqué todo y apechugué cada una de las preguntas tragicómicas que se le ocurrieron al respecto. Un par de años más tarde, falleció un conocido, y con 5 años recién cumplidos, cuando mi hija me escuchó comentarlo con tristeza, se acercó a mí, me abrazó fuerte y me dijo “lo siento mamá, pero tranquila, son cosas que pasan, la muerte es parte de la vida”. Había entendido todo.
El duelo en la infancia es un tema difícil de abordar y sobre el cual circulan muchos mitos y prácticas que lejos de ayudar, generan no sólo más dolor sino incluso hasta problemas de salud como ansiedad o incapacidad de afrontar situaciones adversas más adelante.
Creer que los niños no se dan del todo cuenta de lo que sucede y que olvidan pronto por lo cual mejor no contarles nada, mentirles respecto de lo que pasó u ocultarles nuestro propio sufrimiento por creer que si uno disimula o evita hablar del tema minimizaremos su propio dolor y así los estaremos protegiendo, son algunos de los más comunes.
Pero nada de esto es cierto. El primer duelo es un aprendizaje fundamental para toda la vida, que marca la forma en que procesaremos los demás duelos que vendrán, no sólo de seres queridos sino también la pérdida de un amigo, de una pareja, de un trabajo, de lo que sea; porque el duelo es en realidad el proceso de adaptación emocional que sigue a cualquier tipo de pérdida.
¿Cómo acompañarlos de la mejor forma entonces y hacer de esa experiencia un aprendizaje emocional valioso?
Lo primero que necesitamos es reconocer el hecho en sí con todo su peso y aceptar esa nueva realidad: ese ser querido no va a volver. Mentirles que se fue de viaje por ejemplo, sólo alentará la esperanza de un retorno que jamás tendrá lugar y por ende despertará más tristeza cuando esa esperanza se frustre, así como nuevas preguntas dolorosas como ¿por qué se fue y no quiere volver a verme?
Lo segundo, aceptar las emociones reales que esta pérdida ha traído aparejadas: tristeza, enojo, frustración, miedo, etc, primero en nosotros mismos y luego en ellos. Ocultar nuestro dolor no tiene sentido si de lo que se trata es justamente de enseñarles a validar sus propias emociones y animarlos a no ocultar sus sentimientos sino por el contrario, a exteriorizarlos y asumirlos sanamente.
“No llores”, “No te preocupes”, “No estés triste”, “No pasa nada” son frases que no ayudan. Por el contrario “Llora”, “Es normal que te sientas triste, yo también lo estoy”, “Te entiendo”, “Papá y mamá estamos aquí para ayudarte” son las frases de cabecera que no deberían faltar en la conversación, asegura el neuropsicólogo infantil español Álvaro Bilbao, quien se dice además partidario de que los niños participen de las ceremonias de despedida del difunto, de enorme peso simbólico en nuestra cultura y que de alguna manera naturalizan la muerte y le dan la importancia que se merece.
Tampoco ayuda compararla con el “sueño”, ya que da lugar a confusión entre el dormirse y morir, y alientan la esperanza de un despertar que jamás tendrá lugar, y cuando sintamos que estamos preparados, podemos también ayudar a mantener la memoria viva de la persona que ha partido, ya sea a través de fotografías, rituales familiares o simplemente trayéndola a conversaciones cotidianas a partir de recuerdos positivos.
Alteraciones del sueño, problemas intestinales o retrocesos como volver a chuparse el dedo, hacerse pis o no querer dormir solos, estados de ánimo alterados etc, son absolutamente normales y esperables, mientras que miedos excesivos, o imitar recurrentemente a la persona que perdieron o problemas graves de conducta o de rendimiento escolar, son señales de alarma antes las que conviene pedir ayuda a un profesional de inmediato.
En definitiva, lo importante es mostrarnos empáticos y respetuosos y “prestarles palabras” para que puedan entender qué les pasa y exteriorizar sus sentimientos. Para ello, leerles cuentos infantiles sobre el duelo puede ser de enorme ayuda para los pequeños, para que entiendan lo que sienten y se vean reflejados en los personajes, y aliviar el dolor asumiendo que la tristeza es normal, pasajera y muy humana porque al fin y al cabo, como me contó mi hija que dice el padre de Hipo en Cómo entrenar a tu dragón 3, “Con el amor viene la pérdida. Es parte del trato. A veces duele, pero merece la pena”.