El senador provincial Ignacio Osella adoptó una postura discursiva que busca contener la percepción de crisis tras la salida del partido ELI del oficialismo en Goya. Aunque niega una fractura institucional, su insistencia en relativizar los hechos sugiere una estrategia defensiva para disimular el debilitamiento de su fuerza política en el Concejo Deliberante.
REACCIONES Y NO ACCIONESEn sus declaraciones públicas, Osella evitó hablar de conflictos y definió los movimientos internos como “normales en un año electoral”. Esta elección de palabras revela una intención clara de minimizar el impacto político del quiebre. La estrategia discursiva apunta más a controlar la narrativa que a describir con precisión el escenario actual. Su insistencia en que “no hay riesgo institucional” se presenta como un intento por evitar que la ciudadanía asocie el reordenamiento político con una pérdida de control.
LA PÉRDIDA DE MAYORÍA Y LA RECONFIGURACIÓN DEL PODERLa salida de ELI de la coalición gobernante es un hecho significativo. No solo implica un cambio formal, sino que afecta directamente la correlación de fuerzas en el Concejo Deliberante. Desde su nueva posición, los concejales de ELI comenzaron a votar junto a la oposición, lo que obliga al oficialismo a negociar permanentemente. Aunque Osella insista en que el funcionamiento institucional no está comprometido, la pérdida de mayoría evidencia una erosión de poder real en el ámbito legislativo.
La retórica del senador intenta presentar este fenómeno como parte del juego democrático, pero al hacerlo deja entrever una preocupación por el cambio en el equilibrio político. Su negativa a caracterizarlo como crisis institucional puede entenderse como un esfuerzo por preservar la imagen de estabilidad de su espacio.
NEGACIÓN COMO ESTRATEGIA DE CONTROLEn lugar de enfrentar abiertamente la fragmentación interna, Osella recurre a un lenguaje que disimula las tensiones. Al señalar que “hay gente que se fue del equipo pero no de su cargo”, lanza una crítica velada sin confrontar directamente. Esta estrategia de ambigüedad discursiva permite deslindar responsabilidades y evitar costos políticos mientras se mantiene una apariencia de cohesión.
Negar la crisis no elimina su existencia, pero sí puede dilatar sus consecuencias. El mensaje se construye entonces en una franja gris: reconocer que hay movimientos, pero presentarlos como síntomas normales del proceso electoral, no como señales de debilidad.
UN LENGUAJE DE TRANSICIÓN PARA ESCONDER LA FRAGILIDADEl discurso de Osella incorpora términos como “redefinición”, “construcción” y “renovación”, que remiten a una lógica de cambio positivo. Sin embargo, el uso reiterado de estas expresiones en un contexto de pérdida de aliados políticos sugiere una función más simbólica que real. La invocación constante de un proceso de transformación puede estar dirigida a reforzar una imagen de rumbo, aunque ese rumbo esté en disputa.
Más que anunciar nuevas estrategias, este lenguaje parece funcionar como una barrera retórica ante los signos de desgaste. Se trata de instalar una narrativa de avance frente a una realidad de retroceso.
UN MENSAJE PARA SOSTENER LA APARIENCIA DE ORDENLa frase con la que Osella resume el panorama —“dinámico pero controlado”— encierra la esencia de su estrategia comunicacional. Es una afirmación destinada a calmar a la opinión pública y a contener cualquier lectura de crisis. Sin embargo, ese “control” parece más vinculado a la gestión del discurso que al manejo efectivo del poder político. La estabilidad que se invoca es más simbólica que estructural.
El oficialismo ya no cuenta con una mayoría automática en el Concejo, y la fragmentación del bloque obliga a replantear sus formas de conducción. La resistencia de Osella a aceptar este diagnóstico podría convertirse en una debilidad adicional si el electorado percibe desconexión entre el relato y la realidad.
LO QUE EN REALIDAD MUESTRALejos de una demostración de fortaleza, el discurso de Osella expone la necesidad de sostener una imagen de liderazgo ante un escenario adverso. La repetición de conceptos tranquilizadores, la subestimación del conflicto y la insistencia en que todo es parte del proceso revelan una estrategia de contención más que de conducción. En esa insistencia por negar lo evidente, lo que queda expuesto es la fragilidad del poder que se pretende mantener.
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