Memoria sobre un relato de Estefanía ‘Nia’ Candia | El 16 de junio de 1955 quedó grabado como una jornada de horror en la memoria de quienes la vivieron. Ese día, en un intento de golpe de Estado contra el gobierno constitucional de Juan Domingo Perón, la Marina y la Fuerza Aérea Argentina bombardearon y ametrallaron el centro de Buenos Aires. Más de 30 aviones Gloster Meteor descargaron 14 toneladas de explosivos sobre Plaza de Mayo y sus inmediaciones. El saldo fue brutal: 308 muertos y más de 800 heridos, en su mayoría civiles. Entre las víctimas, había niños, mujeres y trabajadores.
Estefanía «Nia» Candia tenía entonces apenas siete años y cursaba segundo grado en la Escuela Eva Perón, en Granadero Baigorria, una localidad próxima a Rosario. Aquel 16 de junio, aunque distante del epicentro de la masacre, fue testigo del pánico que se expandía por el país. “Recuerdo el miedo que me produjo el ruido estruendoso. Vimos cómo sobrevolaban aviones y papá nos prohibía salir al patio”, relata hoy, con el peso de una memoria que no se borra.
El atentado no solo impactó psicológicamente a la población civil. También tuvo consecuencias materiales y sociales. El padre de Nia perdió su empleo cuando cerró la fábrica de muebles donde trabajaba, uno de tantos establecimientos que cesaron sus actividades en el contexto de crisis e incertidumbre que siguió al ataque. Esa pérdida obligó a la familia a mudarse a Goya, Corrientes, a fines de 1956. “Nos fuimos porque mamá era goyana y allí teníamos parientes. También porque me esperaba, sin saberlo, el que fue mi compañero de vida”, rememora Nia.
MEMORIA Y EDUCACIÓN: EL IMPACTO EN LA VIDA COTIDIANA
La historia personal de Nia Candia se entrelaza con los procesos educativos de la época. En su relato, evoca con especial afecto la escuela donde cursó sus primeros años. La Escuela Eva Perón, inspirada en las pedagogías de las hermanas Cossettini, promovía un modelo educativo centrado en el aprendizaje por descubrimiento y el contacto con la naturaleza. “Aprendíamos fuera del aula, con salidas en colectivo. Los aprendizajes eran paseos maravillosos”, recuerda.
Ese vínculo afectivo con el saber, interrumpido abruptamente por la violencia política, resurgió años después en el Instituto Estrada de Goya. Allí, docentes como Monseñor Devoto y el rector Rolando Camozzi reactivaron en ella el gusto por aprender, quizás —como ella misma sospecha— porque “despertaban aquello que había quedado guardado en mis primeros aprendizajes”.
UN ATAQUE IMPUNE QUE LA JUSTICIA TARDA EN NOMBRAR
La masacre de Plaza de Mayo fue durante décadas un hecho silenciado o minimizado. Solo en 2008 la Justicia argentina reconoció formalmente que se trató de delitos de lesa humanidad. Sin embargo, ninguno de los responsables fue condenado. Algunos de los pilotos que participaron del bombardeo, como Emilio Massera y Osvaldo Cacciatore, ocuparon luego cargos relevantes durante la última dictadura militar, dirigiendo el país y la ciudad de Buenos Aires, respectivamente.
El ataque fue planificado por sectores de las Fuerzas Armadas aliados con sectores conservadores que buscaban derrocar a Perón y reconfigurar el orden político y económico del país. La crueldad fue extrema: entre los muertos hubo niños, como un pequeño de apenas tres años. El objetivo no fue militar, sino civil. Fue un acto de terrorismo de Estado en pleno gobierno constitucional.
CON MEMORIA, HAY FUTURO
A 70 años de aquel crimen, la historia de Nia Candia es una pieza más del rompecabezas de la memoria colectiva. Su testimonio, como el de tantos otros, da cuenta del impacto profundo y duradero que la violencia política deja en las personas, incluso lejos del escenario principal. Las bombas del 55 no solo destruyeron vidas y edificios; también quebraron proyectos familiares, desplazaron comunidades y dejaron marcas que siguen resonando.
Recordar el 16 de junio de 1955 no es un gesto del pasado, sino un compromiso con el presente. La lucha por justicia, verdad y reparación continúa. Porque sin memoria, no hay democracia posible.
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