«El Eternauta» de Netflix: ¿Héroe popular o marioneta del algoritmo?

La adaptación de El Eternauta, recientemente estrenada en Netflix, representa un hito cultural por ser la primera gran producción audiovisual que traslada a la pantalla una de las obras más emblemáticas del cómic argentino. Escrita originalmente por Héctor Germán Oesterheld y dibujada por Francisco Solano López en 1957, El Eternauta no solo es un relato de ciencia ficción, sino también una profunda reflexión sobre el poder, la resistencia colectiva y el autoritarismo. Sin embargo, esta versión audiovisual, si bien respeta algunos elementos estéticos y narrativos, presenta una lectura despolitizada que debilita su esencia ideológica original.

UNA HISTORIA DE RESISTENCIA COLECTIVA

En la historieta original, la invasión alienígena en Buenos Aires sirve como alegoría de la dominación imperialista y de la represión estatal. Oesterheld, influenciado por el contexto político de mediados del siglo XX, especialmente por el ascenso de los movimientos populares y su posterior persecución, escribió un relato donde la acción no es protagonizada por un superhéroe individual, sino por un grupo de personas comunes que se organizan para sobrevivir. Juan Salvo, el protagonista, es un hombre de familia, un trabajador, un líder accidental. El foco está en la organización comunitaria y la resistencia desde abajo, en clara sintonía con una cosmovisión humanista y socialdemócrata.

La serie, aunque conserva algunos de esos elementos, opta por una estética más cercana a las superproducciones hollywoodenses. Los efectos visuales, las escenas de acción y el tratamiento de los personajes parecen pensados para un público global, lo que diluye el componente político del relato. El Buenos Aires nevado, símbolo de una amenaza externa pero también del aislamiento y la fragmentación social, aparece como escenario, pero no como reflejo de una tensión sociopolítica real.

DESAPOLITIZACIÓN DE UNA OBRA POLÍTICA

La versión de Netflix parece más interesada en capturar la espectacularidad del relato que en sostener su trasfondo ideológico. La figura de Oesterheld, desaparecido por la dictadura militar argentina en 1977, queda reducida a un rol casi decorativo. La historieta, concebida como un acto de resistencia artística y política, se presenta en la serie más como un producto de culto que como una denuncia vigente. La omisión de referencias explícitas a los procesos políticos que marcaron tanto al autor como a su obra —como el peronismo, las dictaduras o la lucha de clases— revela una intención de neutralizar el contenido ideológico del relato, probablemente en favor de una mayor aceptación internacional.

En mi opinión, esta decisión resulta problemática. El corazón de El Eternauta reside en su visión crítica de las estructuras de poder, en su defensa de lo colectivo frente al individualismo, y en su llamado a la participación activa en los asuntos públicos. Despojar a la obra de su carga política implica vaciarla de su mensaje original. La adaptación, por momentos, convierte a los personajes en figuras de acción antes que en sujetos políticos, y convierte la invasión extraterrestre en una amenaza genérica, sin la densidad simbólica que le daba Oesterheld.

UN PASO IMPORTANTE, PERO INSUFICIENTE

No se puede negar que la serie tiene méritos técnicos. La recreación visual de la nevada mortal, el diseño de las criaturas y los escenarios postapocalípticos están logrados. El elenco cumple con solvencia, y la producción demuestra ambición y profesionalismo. Sin embargo, el resultado final se queda corto frente al legado de la historieta.

Para los lectores que se acercaron a El Eternauta como una obra que denunciaba las injusticias del presente desde una mirada progresista y comprometida, esta versión puede resultar decepcionante. No por sus licencias narrativas o cambios de formato, que son esperables en cualquier adaptación, sino por la falta de una lectura política coherente con la intención original.

En definitiva, la serie de Netflix sobre El Eternauta ofrece una puerta de entrada al universo creado por Oesterheld, pero no logra hacer justicia a su espíritu. El desafío sigue siendo recuperar esa potencia crítica, actualizar su mensaje y vincularlo con las luchas sociales y democráticas del presente. En tiempos donde resurgen discursos autoritarios y se debilita la confianza en lo colectivo, releer El Eternauta desde una clave socialdemócrata no solo es un acto cultural, sino también político.

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