Hormaechea inaugura una cuadra y presenta como política pública lo que es una obligación básica

El intendente Mariano Hormaechea encabezó la inauguración de una cuadra asfaltada en el barrio Resurrección como parte del programa «Mita y Mita», una iniciativa que, lejos de constituir una política estructural, se sostiene sobre el aporte económico de los propios vecinos. El evento fue utilizado como plataforma para una puesta en escena política que incluyó funcionarios, concejales, legisladores y hasta un senador provincial, en un acto que exhibió una obra mínima como si se tratara de una transformación urbana trascendental.

OBRA MÍNIMA, DISCURSO DESMEDIDO

La pavimentación de la calle Las Heras, entre José María Soto y 12 de Octubre, fue presentada como una muestra del “compromiso cumplido” del intendente, cuando en realidad responde a una necesidad básica y largamente postergada. La obra fue financiada en parte por los frentistas, quienes organizaron beneficios y recolectaron materiales para que la Municipalidad la ejecutara. Esta lógica de participación impuesta como condición para acceder a servicios esenciales plantea interrogantes éticos sobre el rol del Estado municipal.

UN GOBIERNO QUE TERCIARIZA LA INFRAESTRUCTURA

El modelo del programa «Mita y Mita» se ha consolidado como una forma de tercerización encubierta de las obligaciones del Estado. En lugar de un plan de infraestructura pública financiado con fondos municipales y ejecutado de forma integral, se delega en los vecinos la responsabilidad de reunir recursos para que el gobierno actúe. Esto produce una desigualdad territorial evidente: los barrios con mayor organización o capacidad económica acceden al asfalto, mientras otros siguen postergados.

RELATO TRIUNFALISTA Y AUSENCIA DE POLÍTICAS REALES

Durante el acto, el intendente Hormaechea se esforzó en presentar esta modalidad como ejemplo de gestión colaborativa. “El pavimento mejora todo: calidad del barrio, de vida, permite que la ciudad continúe desarrollándose”, afirmó. Sin embargo, no mencionó ningún indicador técnico, ninguna planificación integral, ni un presupuesto anual destinado a obras de infraestructura. Todo quedó reducido a un eslogan: «trabajar juntos», sin que quede claro cuál es el aporte concreto del municipio más allá del uso de personal propio.

EL CLIENTELISMO COMO MECANISMO DE GESTIÓN

El acto incluyó discursos de vecinos agradecidos, muchos de los cuales ocuparon o aspiran a ocupar cargos en comisiones barriales, un espacio históricamente cooptado por el oficialismo para garantizar fidelidad política. Este dispositivo permite que los beneficios se repartan en función de la cercanía al poder y no de criterios objetivos de necesidad o urgencia. La pavimentación se convierte así en una moneda de intercambio simbólica en el tablero electoral, con el agravante de que es financiada, en parte, por los propios beneficiarios.

FALTA DE TRANSPARENCIA Y CONTROL SOCIAL

No hubo datos sobre el costo de la obra, la licitación o la evaluación técnica del pavimento realizado. Tampoco se conocieron informes de control de calidad ni plazos definidos para la terminación de las siguientes etapas. La opacidad en la ejecución de obras públicas menores parece una constante en esta gestión, que naturaliza la informalidad administrativa incluso en los procesos más básicos. Mientras tanto, el Concejo Deliberante permanece ajeno a este tipo de actos, sin ejercer su deber de contralor.

EXCUSA PARA EVITAR POLÍTICAS UNIVERSALES

El programa «Mita y Mita» ha sido promocionado como “exitoso” porque logró ejecutar más de 200 cuadras. Sin embargo, al no estar orientado por un plan de urbanización integral ni por un criterio de redistribución territorial, su éxito es relativo. No hay garantía de acceso universal ni previsión presupuestaria. Solo quienes logren organizarse, aportar y esperar pueden acceder a una mejora que, en rigor, debería ser un derecho urbano básico y no una excepción.

UNA OBRA, MUCHOS FUNCIONARIOS

El desfile de funcionarios en la inauguración de una única cuadra pavimentada revela un déficit de gestión: se sobredimensiona lo menor por la ausencia de logros mayores. Participaron desde directores de área hasta legisladores provinciales, como el senador Ignacio Osella, quien aprovechó para trazar un paralelismo entre gestiones anteriores y el presente, insistiendo en que “la confianza” es el motor del programa. Sin embargo, el trasfondo real es la imposibilidad del Estado local de sostener un plan de obras con fondos propios.

LA POLÍTICA DE LO MÍNIMO COMO ESTRATEGIA

El oficialismo insiste en presentar pequeñas obras como logros descomunales, en una estrategia comunicacional que busca tapar la ausencia de políticas estructurales. Con una gestión que carece de planificación estratégica, las inauguraciones episódicas funcionan como válvulas de escape ante las demandas acumuladas. El problema es que mientras se celebra una cuadra, hay cientos sin pavimentar, sin cordón cuneta, sin desagües, sin iluminación.

NECESIDAD DE UNA POLÍTICA URBANA JUSTA Y TRANSPARENTE

Desde la oposición se insiste en la necesidad de abandonar este modelo segmentado y avanzar hacia un plan maestro de urbanización que contemple un mapa de necesidades reales, cronogramas verificables y presupuestos asignados por zonas. Solo así se puede garantizar que la infraestructura llegue primero a quienes más la necesitan, sin depender de la buena voluntad del intendente ni de la capacidad de recaudación de los vecinos.

Mientras tanto, Goya sigue atrapada en una política del mínimo esfuerzo, donde el pavimento se convierte en mercancía y no en derecho. Las cintas se cortan, las cámaras registran, los discursos se repiten. Pero los problemas de fondo siguen enterrados bajo las mismas calles que se inauguran con entusiasmo y se abandonan al poco tiempo.

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